5.9.06

Ansiedad a full

por la bendita respuesta que espero y no llega. Ocupo mi mente en lecturas productivas e ideas que intento plasmar en papel con forma de anteproyectos... . El martes que viene hay una presentación de créditos para microemprendimientos al que tendré que ir... . Y pensar el microemprendimiento, ja.
Mientras tanto, para amenizar esta soleada pero fresca jornada, les ajunto esta lectura y espero opiniones.
Abrazos.

Lloviznaba. Y hacía frío. No era el panorama más alentador para unos días de relax, o sí, o qué importaba?.
Después de mirar todo lo que mis ojos podían y mi mente asimilaba, acarreé mi valija con rueditas hasta la oficina de informes de la terminal y allí decidí el lugar donde reposaría mi cuerpo, corazón y mente por las próximas cuatro jornadas. Bien, sólo dos cuadras de caminata atravesando una gran avenida y ya estaría allí.
Hotel dos estrellas en reforma, polvillo de pintura apenas disimulado con unas cuantas sábanas blancas sobre los muebles. Yo tenía mi atención puesta en llegar a la habitación y tomarme unos minutos para digerir los casi dos días de viaje que me había costado llegar allí, así que no le dí importancia a ese “detalle”. Se podría decir que mi habilidad de observación y crítica estaba preparada tanto como yo para descansar.
Las preguntas de los recepcionistas ante una joven argentina, sola y en temporada baja, deben haber sido miles, pero sin importar sus caras de desconcierto, me dirigí con total seguridad hacia ellos solicitando una habitación por cuatro días.
El ventanal del 3º piso daba a mis ojos una altura considerable para observar los tan fotografiados morros con sus faldeos de favela (o de fábula?), así como el Atlántico en un esplendor extasiante, apenas manchado por el hombre, puente unión de isla y continente. Pero no todo era poesía bajo esa llovizna que apenas amainó a la hora de la siesta argentina.
Calles rotas, vendedores ambulantes, música escapando de parlantes, gente apurada… . Quizás momentos y lugares familiarmente desconocidos. Ante un cielo ya más despejado inicié mi paseo céntrico. Voluptuosas mujeres subidas a increíbles plataformas de la más colorida y poco refinada variedad, arrancaban mis sonrisas que se encontraban de repente con hombres negros en claras y sobrias vestimentas, contrastando al sexo opuesto. Puestos de frutas tropicales se combinaban con otros de algún sofrito marítimo, acaparando invariablemente mi atención cual niña.
Un city tour fue lo primero que realicé para tener un rápido conocimiento de los atractivos de aquella isla. Mi encuentro con el mar, aunque llovía, ahora sí copiosamente, fue de los clásicos. Sobrecogimiento ante tal grandeza y la sensación de poderse quedar mirando aquel espejo por horas. Unas cuantas gaviotas y el resto del tour, bajo techo, miraba mis chapoteos alentados por un robusto guía-conductor, el cual accedió a retratar ese encuentro para la posteridad.
“Buenos días seOra, y hoy ha salido el sol” fue el simpático despertar de la mañana siguiente, temprano como lo había solicitado. Una excursión para ver delfines, luego de una intensa búsqueda, era mi máxima aspiración para esa jornada. Me preparé con tranquilidad aunque con mucha expectativa y probé divertida el funcionamiento de la ducha eléctrica de la habitación. Pero paso obligado antes de los delfines: el desayuno brasilero del octavo piso. Mis ojos rebotaban sin parar sobre todo lo que había en aquellas mesas, tratando mi razón de calmarlos sin mucho éxito. Nada complejo el menú, pero el desconocimiento ante formas y sabores llamaba mi atención, aunque el resto de las mesas degustaba todo aquello sin mucho detenimiento.
La pequeña embarcación esperaba, blanca y radiante; sería almirante o capitán, aquel hombre prolijo de mirada horizontal?. Un enorme colectivo de dos pisos se adelantó a mi llegada y de él comenzaron a bajar varias mujeres en malla y obligatorio protector solar, algunos nenes y personajes en camisas holgadas y bermudas chillonas que una vez más reconocí como propios. Compartiríamos la travesía en aquella embarcación. Turismo de masas, tan de los sesenta, tan ajeno a mí…. . Quizás este viaje resulte un poco denso, me dije. Sin embargo, el grupo empezó a cantar y reírse aún sin haber zarpado nuestro buque y el panorama se presentaba completamente diferente a ese primer juicio. Después de dos fuertes con centenios en su haber, delfines sin aparecer y sol ya al caer, mi español se hacía entender y hasta unos pasos de zamba me animé a hacer.
Caipirinha?. Sí!. Mercado municipal?. Donde sea!. Bar 32?. De moda. Era un bar muy de moda, de esos descontracturados, con fotos de famosos tomando su trago de caña. E gostoso?. Muito gostoso!. Nuevamente personajes humanos como yuppies prolijos con riguroso traje en su after hour – after office concentrados en sus laptops, algún cincuentón que miroteaba con interés, mujeres en bulliciosos grupos de 3 o 4 que no paraban de hablar, todos alguna vez registrados en mis retinas y que se repetían ahora, a 2000km de mi lugar natal.
Intercambio de mails bajo un clima de elecciones 2004 en una estación de colectivos a hs. 19 no fue una sabia elección. Pero al menos quedaron registrados, y hubo luego intercambio de fotos y experiencias con los saopaulistas turistas en su país.
El último día antes de partir, decidí tomar un colectivo que me llevara hacia las playas del este y norte de la Isla. Sol compañero, mochila al hombro y mapa en mano, así inicié mi travesía. Algunos musculosos pero ágiles jóvenes, casi todos hombres, se aventuraban con sus tablas de surf hacia aquellas olas que rompían con fuerza considerable en el Macizo de Brasilia, tantas veces nombrado en años lectivos. Muy poca gente en la arena, algún que otro negocio de artesanías que mansamente invitaba a probar las remeras estampadas de recuerdo y agua de coco fueron las postales de aquella caminata. Es increíble como quedaron mis piernas y mi dignidad de caminadora de ciudad ante suelos que se dispersaban al pisarlos!. Llegué a un pequeño muelle bajo el cual dormí una reparadora siesta, no sin antes contemplar nuevamente el caudal de agua que tenía enfrente, ahora ya no con ansiedad de primeriza, sino con calma de segundo encuentro. Mi sombra en la arena y luego invadida por la espumeante agua, quedó registrada en mi vieja cámara que me acompañó a pesar del viento. Mi nombre escrito en arenas lejanas brilló por segundos antes de que el mar mojara por enésima vez mis pies, ahora disfrutando piel a piel de aquellas emociones.
Era extraña la sensación que me invadía: de desconocimiento geográfico absoluto de un lugar al que nunca había ido, pero a la vez de tranquilidad y disfrute que tampoco nunca antes había experimentado. Y actividades como caminatas, sencillos paseos y compras de recuerdos, iban encontrando lugar y simpatía en mis tiempos, tiempos que entregaba sin esperar mucho a cambio.
El poder del sol sobre mi cabeza me alejó un poco de la playa, para volver al centro y visitar plazas, “igrejas” y museos. Limpieza, orden y belleza caracterizaban esa zona que quizás por la época del año, eran más apreciables y admirables. Pero a no olvidar que los comercios cierran temprano. Ducha rápida y a probar, por fin!, los ricos frititos y jugos naturales, mientras la peatonal se llenaba nuevamente de simpáticos y coloridos personajes envueltos en telas admirablemente sintéticas para esa geografía.
El último día, el mercado municipal copó mi atención con colores, texturas y olores de todo tipo. Fotografías mentales y de las otras tomaba a cada paso de lo que me llamaba la atención.
Hora de guardar cada cosa en su lugar. Mi valija salió de su placard y su cierre soportó los tironeos de aquello adquirido de lo que hoy aún queda. Última mirada a través de la ventana, cordial despedida de los jóvenes recepcionistas a los que durante 4 días seguidos solicité un secador para mi largo cabello y de vuelta a casa.
Mi estrés había casi desaparecido, la ilusión y sorpresa habían renacido tras desconocidas postales vivientes y yo volvía a mi ansiada cama, pero ahora con un equipaje intangible en mi memoria, lleno de color, calor y calma.
Tardé dos días en acomodar la valija y volverla a su lugar.
Han pasado casi dos años, y la luminosidad de esos días en Florianópolis aún brilla en mí.

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