14.7.08

Sexo

Sólo hizo falta dar mi sí, para comenzar a compartir una tarde de esas que ocurren sin planear.

Apenas salimos del metro, el cielo había pasado de ser un tímido celeste, a un potente gris, haciéndonos temer... "que el cielo cayera sobre nuestras cabezas"... .

Sin hacer caso al pronóstico, caminamos hasta el lugar hacia en el decidimos entregarnos, donde a pesar de los tentadores carteles, el monto final seguía siendo elevado para nuestras nóminas aún sin cobrar. Sin desanimarnos, nos volvimos hacia el primero de estos urbanizados edificios, donde una grata sorpresa nos esperaba en la puerta, a su justa temperatura y en manos de una señorita que la repartía con una sonrisa. Se promocionaba un nuevo producto con un free tasting en sabores varios; arremetí sin pensar, comprobando la dureza del contenido, para dejarme llevar por ese placer deshaciéndose en mi boca. Comprobé que, a su tiempo, mi acompañante hacía lo mismo.

Acabada la magia, apuramos el paso para que nuestros pies nos guiaran hacia lo que nuestras manos tocarían y nuestros ojos admirarían. No fue posible complacerlos sin embargo; a pesar de haber sentido química con alguno, de ninguno nos enamoramos.

Decidimos hacer un último intento y buscar en el centro; habíamos tomado la temperatura necesaria para luchar hasta el fin por aplacar nuestros deseos.

Tuvimos que correr bajo las primeras gotas de un húmedo aviso estival, que a pesar de su caída in-crescendo, daba lugar a buscar cálida protección bajo la superficie de la tierra. El metro se constituía para quienes entrábamos en él casi sin pedir permiso, en un perfecto recoveco de calidez y acogida.

No sabíamos sin embargo, que sus brazos nos iban a contener por poco tiempo. Salimos de él para, ahora sí, recibir en la totalidad de nuestros cuerpos, la descarga, la potencia, la lluvia.

Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que, a pesar de nuestras intenciones de seguir, aquel precipitar acuoso sobre nosotros, daba por finalizada la misión. No pudimos contener las risas, y cuanto más continuábamos, más difícil se nos hacía mantenernos con la ropa en su lugar. Disfrutábamos ingenuamente de aquel momento mágico, inconsciente y único, en el que sin pensarlo, nuestras compras de rebajas con madame Layla, se postergaban para otro día. No fueron suficientes ni el helado tipo sandwich de chocolate y ningún par de zapatos o vestido que vimos en Diagonal, cerca de María Cristina.

Fue el final de una tarde de Sexo en Nueva York... o su versión catalana, de rebajas en Barcelona... .

:-)

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