8.2.07

Mirar a los ojos

y saber que la mirada ingresa en el cuerpo, dejándome desnuda de defensas y de ropas. Avergonzarme por sentir esa desnudez, pero atreverme a mirar nuevamente y ser ahora yo la que ingresa en el otro.
Esperar fervientemente el mínimo roce. Un hombro cerca del mío es motivo de alerta y ruegos desesperados para que se convierta en abrazo, ansiado, que cuando toma forma, imposible es querer que no se acabe nunca. Tan sola a veces y tan contenida en ese efímero momento.
Sublime el deleite de poder acariciar manos que tocan, brazos que sostienen, cara que rie, cuello de seda... y ver su reacción, gozar ante cada caída de párpados, ante cada suspiro profundo.
Saber que esas caricias erizan emociones guardadas, protegidas, escondidas, e intentar revivirlas.
Saber que debajo de esa piel y de la mía hay pasado, presente y futuro, buscando y buscándose; temores, fracasos y heridas, pasiones, placeres y paz.
Profundo el contacto de los cuerpos, más aún cuando combinado con la mente y el corazón, se construye un camino cálido de juegos tibios, de tironeos firmes, de descubrimientos intensos, de extravíos involuntarios y encuentros intencionales... .

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